EL QUE CONSOLACIONES Y GOZOS SE SUCEDAN EN CIERTO ORDEN NO COMPRUEBA QUE NUESTRAS EMOCIONES SEAN O NO ESPIRITUALES

Muchos rechazan la idea de que las emociones y experiencias espirituales deban suceder en determinado orden. No les parece que la convicción de pecado, el temor del juicio de Dios, y una sensación de incapacidad espiritual tengan que preceder la experiencia de conversión. Dicen que esto es tan solo una teoría humana.


Por lo tanto, muestran escepticismo cuando las experiencias religiosas de una persona si suceden en este orden. Sospechan que sus emociones han salido del funcionar natural de su propia mente más bien que del Espíritu Santo. Se muestran aun mas sospechosos si sus sentimientos, primero de convicción, y luego de seguridad, son intensos y fuertes.

Sin embargo, de seguro es razonable pensar que Dios da a los pecadores una sensación de su necesidad de ser salvos antes de salvarlos. Somos seres inteligentes, y Dios trata con nosotros en una forma inteligente. Si fuera de Cristo, el pecador esta bajo condenación, ¿no es razonable que Dios se lo haga saber? Al fin y al cabo, después de haberlos salvado, Dios si hace que los cristianos tengan conciencia de su salvación.

Las Escrituras enseñan que Dios si conscientiza a la gente de su incapacidad antes de liberarla. Por ejemplo, antes de sacar a Israel de Egipto, hizo que sintiera su miseria y clamara a el (Éxodo 2:23). Antes de salvarlos en el Mar Rojo, hizo que vieran su impotencia. Por delante tenían al Mar ¡por detrás el ejercito egipcio! Dios les mostró que no había nada que ellos pudieran hacer para ayudarse y que tan solo El podía rescatarlos (Éxodo 14). Cuando Jesús y sus discípulos cayeron en la tormenta en el Mar de Galilea, las olas cubrían la barca y parecía estar a punto de hundirse. Los discípulos clamaron, “¡Señor, sálvanos!” y solo entonces Jesús calmo el viento y el mar (Mateo 8:24-26). El apóstol Pablo y Timoteo, antes de ser rescatados de su dificultad, fueron “abrumados sobremanera mas allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero [tuvieron en ellos mismos] sentencia de muerte para que no [confiaran en si mismos] sino en Dios que resucita a los muertos” (2 Corintios 1:8-9).

Las Escrituras describen a los cristianos como aquellos quienes “hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros” (Hebreos 6:18). Acudir para asirse de una esperanza sugiere temor y una sensación de peligro. Es mas, la misma palabra “evangelio”–buenas nuevas– naturalmente sugiere la idea de rescate y salvación de angustia y miedo. Las multitudes en Jerusalén sintieron esta angustia cuando Pedro les predico en el día de Pentecostés. “Se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿que haremos?” (Hechos 2:37). El carcelero de Filipos también sintió esta angustia espiritual. “Se postro a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les dijo: Señores, ¿que debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:29-30).

Vemos pues, que es muy razonable y bíblico pensar que las grandes y humilladoras convicciones de incapacidad, de pecado y de temor del juicio de Dios, deban preceder a la experiencia de la conversión.

 Sin embargo, el que la seguridad de la salvación venga luego del temor del infierno no es prueba de que aquella sea verdadera. El temor del infierno y una convicción de pecado en la conciencia, son dos cosas diferentes. La convicción de pecado en la conciencia es un conocimiento de desobediencia personal y de maldad en el corazón y la vida del individuo mismo. Es el conocimiento de la infinita seriedad de nuestro  propio pecado ya que ofende a un Dios infinitamente santo. Esta convicción puede producir el temor del infierno, pero no es igual que el temor del infierno.

De hecho, el temor del infierno puede existir sin una verdadera convicción de pecado en la conciencia. Algunas personas parecen ver que el infierno se abre, lleno de llamas y demonios, para tragárselas. Con todo y eso ¡sus conciencias no están bajo convicción! Dichas impresiones vivas del infierno pueden venir de Satanás. El puede petrificar a los hombres con visiones de condenación porque quiere convencerlos de que nunca pueden ser salvos. Tales visiones también pueden salir de la propia imaginación de una persona. 

 Existe además tal cosa como una falsa convicción de pecado. Esto sucede cuando las personas parecen estar sobrecogidas con un sentimiento de su pecaminosidad, mas no tienen entendimiento de la verdadera naturaleza del pecado. No ven el pecado de una manera espiritual como algo que ofende la santidad de Dios. Sus conciencias han sido afectadas poco o nada. Tal vez no tengan convicción alguna respecto a pecados particulares de los cuales son culpables, o, si están turbados acerca de ciertos pecados, no lo hacen de una forma espiritual.

Aun, si el Espíritu Santo mismo produce convicción de pecado y temor del infierno, esto no necesariamente llevara a la salvación. La gente incrédula puede resistir al Espíritu. No siempre es la intención de Dios vencer la resistencia pecaminosa y traer al pecador al nuevo nacimiento.

También hay un falso humillarse ante Dios. Por ejemplo, el rey Saúl se sentía profundamente turbado por su pecado contra David. Lloro delante de David y confeso, “Mas justo eres tu que yo, que me has pagado con bien, habiéndote yo pagado con mal” (1 Samuel 24:17). No obstante, esto fue después de que el Espíritu de Dios se apartara de Saúl.

El orgulloso rey se humillo ante David a pesar de que realmente lo odiaba. De una forma similar, los pecadores se pueden humillar ante Dios, aun si de verdad lo odian. Pueden dejar de confiar en su propia justicia en ciertos aspectos a la vez que en otros, más sutiles, siguen descansando en ella igual que siempre. Su aparente sumisión a Dios disfraza un intento secreto de negociar con el.

Pero, ¿que si experimentamos el temor del infierno simultáneamente con la convicción del pecado que nos humilla ante Dios? ¿Que si de aquí empezamos a sentir gozo en el evangelio? ¿No es esto prueba de que nuestras experiencias sean espiritualmente genuinas?

¡No! El orden de nuestras experiencias no prueba nada. Si el diablo puede imitar las experiencias espirituales que llevan a la conversión, también es capaz de imitar su orden. Sabemos que puede producir una falsa convicción del pecado, un falso temor al infierno, y una falsa humildad ante Dios. ¿Por que no ha de producirlos en ese orden? ¿Por que no puede producir después un falso gozo en el evangelio, como hemos visto que sabe hacer?

 Las Escrituras solamente son nuestra guía infalible en la creencia y practica religiosa. No dicen que somos salvos si hemos tenido experiencias en cierto orden. La Palabra de Dios promete salvación solo a aquellos que reciben la gracia de Dios y manifiestan sus frutos. Nunca prometen salvación a quienes sienten gran convicción de pecado y temor al infierno seguidos por un gran gozo y confianza. Lo que las Escrituras dicen debe ser suficiente para los cristianos. Nuestra confianza esta en la Palabra de Dios, no en nuestras ideas.

Antes de terminar este capitulo, creo que debo señalar que las personas pueden llegar a ser cristianas sin pasar por un claro orden de experiencias. Es verdad que deben sentir una convicción de pecado, de incapacidad, y de la justicia de Dios al condenar a los pecadores. Aun así, no hay necesidad de que el Espíritu de Dios  produzca estas cosas como experiencias separadas que se pueden distinguir la una de la otra. A veces la conversión de un pecador es como un caos de confusión y otros creyentes no saben como interpretarla.

El Espíritu Santo con frecuencia obra en una forma muy misteriosa para atraer a la gente a Cristo. Como Jesús dijo, “El viento sopla de donde quiere y oyes su sonido; mas ni sabes de donde viene, ni a donde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8)

 La verdad es que nuestras ideas acerca de como el Espíritu Santo debe obrar afectan la manera en que interpretamos nuestra experiencia. Seleccionamos las partes de nuestra conversión que mas se parecen a las experiencias que pensamos deben suceder en una conversi6n. Las partes que no coinciden con lo que consideramos el patrón apropiado, las olvidamos. De esta manera, buscamos traer a nuestra conversión conformidad con un supuesto patrón correcto de experiencia. Lo que realmente estamos haciendo es rehusando admitir que el Espíritu Santo a veces actúa de una forma diferente a la manera precisa que nosotros queremos que obre.

Por: Jonathan Edwards