La Conversión de Saulo de Tarso – (Charles Haddon Spurgeon)
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Un sermón predicado la mañana del Domingo 27 de Junio, 1858
por Charles Haddon Spurgeon
En Music Hall, Royal Surrey Gardens, Londres.
“Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón.” Hechos 26:14.
¡Cuán maravillosa es la condescendencia que indujo al Salvador a fijarse en un ser despreciable como Saulo! Entronizado en los altos cielos, en medio de las melodías eternas de los redimidos, y de los seráficos sonetos de los querubines y de todas las huestes angélicas, es extraño que el Salvador se inclinara desde Su dignidad para hablarle a un perseguidor. Ocupado como está, tanto de día como de noche, en argumentar la causa de Su propia iglesia delante del trono de Su Padre, únicamente la condescendencia le llevó, por decirlo así, a suspender Su intercesión para hablar personalmente con uno que había jurado ser Su enemigo. Y, ¡qué admirable gracia movió al corazón del Salvador a buscar a un hombre como Saulo, que había proferido amenazas en contra de Su iglesia! ¿Acaso no había encerrado a hombres y mujeres en la prisión? ¿Acaso no los había forzado a blasfemar el nombre de Jesucristo en cada sinagoga? ¡Y ahora el propio Jesús interviene para que Saulo entre en razón! Ah, si hubiese sido una centella la que vibró en su prisa para alcanzar el corazón del hombre, no nos habríamos sorprendido. O si los labios fruncidos del Salvador hubiesen pronunciado una maldición, no nos habríamos asombrado. ¿Acaso Él mismo no había maldecido en vida al perseguidor? ¿No había dicho: “Cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar”? Pero ahora el hombre que fue maldecido con ese lenguaje, iba a ser bendecido por el mismo a quien había perseguido; y aunque sus manos estaban manchadas con sangre, y ahora llevaba la comisión en sus manos de encerrar a otros en la prisión, y aunque había cuidado las ropas de quienes habían apedreado a Esteban, a pesar de todo ello, el Señor, el Rey del cielo, se dignó hablar personalmente desde los más altos cielos para llevarlo a sentir la necesidad de un Salvador, y para hacerlo partícipe de la fe preciosa.