Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. 6 No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. (Mateo 28:5-6)
Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. (Filipenses 4:6)
A menudo Jesús dijo a sus discípulos: “No temáis”. Temieron cuando él se les acerco andando sobre el mar, porque no lo reconocieron (Mateo 14:27). No estaban seguros de que éste fuese realmente Jesús.
También tuvieron miedo cuándo fue arrestado, y al ver que había resucitado se asustaron aún más (Lucas 24:37). ¡Pero qué paz sintieron cuando él les habló! ¿De que no debemos tener miedo? Primeramente de la verdad sobre nosotros mismos. Un día Pedro tomó realmente conciencia de esta verdad, y dijo a Jesús: “Apártate de mi Señor, porque soy hombre pecador”.
Entonces él le respondió: “No temas”(Lucas 5:8,10). El ser conscientes de nuestras faltas solo pueden horrorizarnos ante la absoluta santidad de Dios. Pero el Dios santo también es un Dios de amor que perdona y borra las faltas del que acude a él por la fe.
Tampoco te vamos a los hombres, ni al futuro, si no confiemos cada vez más en el señor. Que podamos decir: “El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (Hebreos 13:6). La única persona a la que debemos temer es a Dios (1 Pedro 2:17).No se trata de tenerle miedo, sino de respetarlo, siendo conscientes de su presencia, temiendo desagradable.
El temor de Dios, que va a la par de la confianza en él, es la única verdadera solución contra todo tipo de miedo que nos oprima.