Al hablar de la obediencia del señor Jesucristo debemos entender que él no se limitó a dejar de hacer lo que Dios, había prohibido sino que en todo momento y en toda circunstancia siempre hizo lo que su padre había mandado.
No hubo un solo instante de su vida en que Jesús dejará de amar a Dios con todo su corazón y con toda su alma, con toda su mente, y con todas sus fuerzas, no hubo un solo segundo de su existencia terrenal en que él dejará de buscar la gloria del padre, o dejará de hacer consciente e intencionalmente lo que él sabía que debía hacer.