Toda la vida humana es una guerra; la vida cristiana lo es más; pero la lucha no durará siempre. Los problemas desaparecen en el amor, cuando se perdona el pecado. En la gran expiación de la muerte de Cristo, la misericordia de Dios se ejerce para gloria de su justicia. En Cristo y en sus sufrimientos, los verdaderos penitentes reciben de la mano del Señor el doble por todos sus pecados; porque la satisfacción que Cristo hizo con su muerte fue de valor infinito. El profeta se refería al regreso de los judíos de Babilonia.
Pero éste es un acontecimiento pequeño, comparado con el señalado por el Espíritu Santo en el Nuevo Testamento, cuando Juan el Bautista proclamó la proximidad de Cristo. Cuando los príncipes orientales marchaban a través de países desiertos, se les preparaban caminos y se eliminaban obstáculos.
Y que el Señor prepare nuestros corazones por la enseñanza de su palabra y las convicciones de su Espíritu, para que los pensamientos elevados y orgullosos sean abatidos, los buenos deseos sembrados, los temperamentos torcidos y ásperos enderezados y suavizados, y todo obstáculo eliminado, para que estemos listos para su voluntad en la tierra, y preparados para su reino celestial.
¡Qué es todo lo que pertenece al hombre caído, o todo lo que hace, sino como la hierba y su flor! ¡Y de qué servirán todos los títulos y posesiones de un pecador moribundo, cuando lo dejen bajo la condenación! La palabra del Señor puede hacer por nosotros lo que toda carne no puede. Las buenas nuevas de la venida de Cristo habían de ser enviadas hasta los confines de la tierra. Satanás es el hombre fuerte armado; pero nuestro Señor Jesús es más fuerte; y él procederá, y hará todo lo que se proponga.
Cristo es el buen Pastor; muestra tierno cuidado por los jóvenes convertidos, los creyentes débiles y los de espíritu afligido. Por su palabra no exige más servicio, y por su providencia no inflige más problemas, para los que los fortalecerá. Que conozcamos la voz de nuestro Pastor y le sigamos, siendo sus ovejas.
