¿Estabas ahí cuando crucificaron a mi Señor? (Hechos 2:22-23)

Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; (Hechos 2:22-23)

 


Este es el título de un himno del repertorio de cantos “espirituales negros”. Todavía hoy interpela a cada auditor y subraya el horror del crimen cometido contra Jesucristo, el único hombre justo y santo ( Hechos 3:14), Él, quien a cada paso manifestaba el amor de Dios, fue crucificado por los hombres.

¿Qué habríamos hecho si hubiésemos vivido en ese momento? Quizá pensemos que hubiésemos estado a favor de Cristo, pero la palabra nos muestra que incluso sus discípulos huyeron (Marcos 14:50). Pedro, quien había asegurado estar dispuesto a ir con Jesús hasta la muerte, lo negó tres veces (Lucas 22:33).

Todas las clases sociales  de entonces fueron responsables: Judas ,por codicia ,lo entregó a los sacerdotes (Mateo 26:14-16), y éstos, por envidia lo entregaron a Pilato (27:18), la multitud gritó: “¡Sea crucificado!”. Pilato, como tenía miedo, lo entregó a los soldados romanos para que fuese crucificado, pero Jesús dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

Dejemos que este escena toque nuestro corazón para que reconozcamos nuestro pecado. Seamos conscientes de que aparte  de los sufrimientos infligidos por los hombres, Cristo soportó el peso de la ira de Dios contra nuestros pecados, y aceptemos su inmenso perdón. 

Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20)